II. Boston College, Museo de Arte McMullen: Manuscritos para el placer y la piedad
La Baja Edad Media fue testigo de una explosión en la producción de libros para mecenas no monásticos, ya fueran instituciones o particulares, así como de la correspondiente expansión de la alfabetización tanto en latín como en las diversas lenguas vernáculas.
La Baja Edad Media fue testigo de una explosión en la producción de libros para mecenas no monásticos, ya fueran instituciones o particulares, así como de la correspondiente expansión de la alfabetización tanto en latín como en las diversas lenguas vernáculas.
Las universidades llegaron a rivalizar con los monasterios como centros de aprendizaje, y los talleres laicos empezaron a superar a los centros de producción monásticos. Con el tiempo, el anonimato que había prevalecido en siglos anteriores dio paso a un número creciente de artesanos cuyos nombres se registran en colofones, firmas, inventarios y censos fiscales. Aunque los libros más suntuosos seguían haciéndose por encargo, otros se producían para la venta de un modo que anticipa la llegada del libro impreso. Aunque no se puede hablar de una verdadera producción en masa, la creciente especialización y colaboración permitió a los libreros satisfacer el mercado con una eficacia novedosa. Diferentes grupos de lectores generaron diferentes tipos de libros, cada uno de ellos con su propia relación entre creación y significado. La enorme variedad de formatos, materiales, diseños, decoración, temas y estrategias visuales que muestran los manuscritos bajomedievales da fe de la imaginación y creatividad de los escribas e iluminadores medievales a la hora de adaptar su centenario oficio a las exigencias de diversos mecenas, géneros y funciones.
La sociedad medieval se dividía tradicionalmente en tres grupos: los oratores (los que rezaban), los bellatores (los que luchaban) y los laboratores (los que trabajaban). Esta triple categorización, siempre idealizada, empezó a romperse en el siglo XII, cuando las ciudades y villas de toda Europa, imanes de riqueza y talento, trataron cada vez más de sustraerse a la autoridad eclesiástica y aristocrática. La mayoría de los manuscritos de esta sección se elaboraron en estos contextos urbanos, en los que había un amplio margen para que florecieran artesanos de diversa índole. Aunque no son representativos de todo el espectro de la sociedad medieval, los manuscritos ofrecen un panorama de las aspiraciones y ambiciones, esperanzas y temores, habilidades y talentos, por no mencionar los gustos, de grupos diversos y a menudo rivales dentro de una cultura que experimentaba cambios profundos y continuos.
No todos estos libros, que datan principalmente del siglo XIII a principios del XVI, pertenecían a laicos. Sin embargo, todos proceden de contextos que habrían tenido un impacto significativo en sus diversas rutinas. Algunos sólo los habrían encontrado en la iglesia o en manos de confesores. Otros, sin embargo, pertenecían a sus madres, maestras, médicos y abogados. Algunos de los más bellos y ornamentados los adquirieron para sí mismos, no sólo por motivos de piedad, sino también para edificación y entretenimiento. Algunos fueron encargados y coleccionados como obras de arte, lo que no quiere decir que no tuvieran también alguna utilidad práctica. Algunos de estos libros se hicieron a medida para monarcas y príncipes, y un número mayor para mecenas aristocráticos. Otros, sin embargo, fueron adquiridos en el mercado libre por patricios y profesionales acomodados, cuyas filas poblaban cada vez más los centros urbanos donde se fabricaban la mayoría de los manuscritos iluminados.