El mosaico del Katholikon
El mosaico ornamentado del ábside, sobre el bema, representa la Metamorfosis (Transfiguración) de Cristo.
Tras el triunfo de la Iglesia en 313, comenzaron a erigirse grandes basílicas, cuyos ábsides se adornaban con temas de carácter triunfal o escatológico, o a veces con temas referidos directamente a cuestiones de dogma y liturgia.
En tiempos del emperador Justiniano, fundador del monasterio del Sinaí, la decoración de las basílicas debía de ser magnífica. Así lo demuestra el mosaico del ábside del bema de la basílica. El mosaico se realizó cuando se construyó la basílica, tras la muerte de Teodora (548) pero antes de la muerte de Justiniano (565). Es una de las grandes obras maestras de la época, y sigue siendo único por su tema, la complejidad de sus elementos teológicos y su mérito artístico general.
El tema del mosaico es la Metamorfosis (Transfiguración) de Cristo. Una magnífica figura de Cristo, dentro de una aureola azul claro que emana brillantes rayos transparentes de luz trascendental, se alza en el centro del eje vertical central. El profeta Elías se sitúa a su derecha y Moisés a su izquierda, con gesto de predicar. Los tres apóstoles que acompañaron a Cristo en el monte Tabor están retratados en posturas que demuestran la magnitud de su sobrecogimiento, que oscila entre la agitación y el temor.
No se representa un paisaje montañoso, como cabría esperar en el monte Tabor, sino sólo una zona llana de terreno inferior. Todos los rostros están pintados en colores claros, mientras que los ropajes son de color blanco y azul claro. Cristo está suspendido en el aire, los profetas se mantienen firmes en el suelo y los discípulos están postrados en tierra. La imagen central está rodeada por bandas de retratos de apóstoles y profetas dentro de medallones circulares; en el centro de la banda inferior de retratos, en el mismo eje vertical que Cristo, se encuentra el rey David, al estilo de un emperador bizantino. Su lugar allí es una referencia al linaje de Cristo, por un lado, y a Justiniano, por otro, ya que se asemeja mucho a otras representaciones conocidas del emperador. En la fachada de la pared sobre el ábside encontramos la imagen quizá más antigua de la Deisis, el Cordero de Dios, entre dos arcángeles, y bustos de Juan el Bautista y la Madre de Dios. Más arriba, en la misma pared, encontramos una imagen de Moisés ante la zarza ardiente, a la izquierda, y del mismo profeta recibiendo la Ley, a la derecha. En las esquinas del arco triunfal, hay retratos del abad Longinos, en cuya época se creó el mosaico, y del diácono Ioannis.
El tema del mosaico está especialmente relacionado con el Sinaí. En la Transfiguración, Cristo aparece cumpliendo las escrituras y la profecía sobre el Mesías, Siervo de Dios e Hijo del Hombre. Los discípulos elegidos para acompañarle en este acontecimiento son los mismos que presenciarán su agonía final. La escena se asocia también con las teofanías concedidas a Moisés y Elías en el monte Sinaí - Horeb. En esas dos instancias Dios habló sólo "a través del fuego y las nubes". Ahora, aparece ante Moisés, Elías y los discípulos transfigurado por la gloria de Dios, revelando Sus dos naturalezas, la humana y la divina, como atestigua también la voz que emana de las nubes. La voz en el Nuevo Sinaí confirma que un Nuevo Testamento ocupará el lugar del Antiguo. El dogma de las dos naturalezas, tal como se concluyó en el Concilio Ecuménico de Calcedonia de 451, fue uno de los más influyentes en el arte bizantino, y es precisamente este dogma el que se presenta en el mosaico.
El mosaico no hace hincapié en el acontecimiento histórico -no hay imágenes del monte Tabor-, sino en la Teofanía. La aureola azul claro aísla a Cristo del fondo dorado y acentúa el brillo de sus vestiduras: "y sus vestiduras eran blancas como la luz". Los tres rostros solemnes contrastan con los rostros agitados de los discípulos. Cristo aparece casi translúcido, con un cuerpo bidimensional. Los cuerpos de los profetas tienen una tercera dimensión, mientras que los de los discípulos son más naturales. Esta misma diferenciación se representa también en los rostros. El rostro de Cristo muestra una magnificencia divina, el de Moisés una paz interior, el de Elías pasión, mientras que los discípulos muestran agitación y temor religioso. El genio del desconocido artista para plasmar la introspección de los rostros alcanza su cima en el retrato de Juan el Bautista. La gran pasión visible en su rostro, con sus grandes ojos, recuerda a una máscara trágica griega, y contrasta fuertemente con el rostro tranquilo de la Madre de Dios. La variedad de expresiones faciales, la alusión a la antigua tradición griega y la magistral ejecución de la obra son indicios seguros de que los artistas procedían de Constantinopla.
En cuanto a la composición del mosaico del katholikon del Santo Monasterio del Monte Sinaí, basándonos en la iconografía y en los criterios estilísticos e históricos del mosaico, apoyamos la opinión de que el conjunto del mosaico puede fecharse en 565/566, inmediatamente después de la muerte de Justiniano. Además, también estamos de acuerdo con la opinión predominante de que el mosaico fue obra de un taller constantinopolitano. Añadimos, sin embargo, que este tema iconográfico fue creado en el Sinaí, inspirado por el intelectual del monasterio Hegumenos Juan, autor del Klimax (Escalera de ascenso divino), que debe identificarse con la representación del diácono Ioannis en el mosaico. De ello se deduce que fue diácono del monasterio en aquella época. MPK
Poco tiempo después, el esquema iconográfico se vería reforzado con la adición de dos imágenes encáusticas en las pilastras del bema, el Sacrificio de Isaac y el Sacrificio de la hija de Jefté. Todos los mosaicos de las iglesias constantinopolitanas anteriores al inicio de la iconoclasia en 726 fueron destruidos. Afortunadamente, el Sinaí escapó a esta destrucción, ya que para entonces se encontraba en territorio extranjero. Así pues, el mosaico del Sinaí constituye un testimonio único de las obras artísticas perdidas de la capital. GG